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Asaltantes del 26 de julio en el Presidio de Isla de Pinos  
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Conocía la magnitud y fortaleza de ese objetivo
Raúl Castro Ruz

Diario en presidio (Fragmento)

Presidio de Isla de Pinos. Sábado 24 de julio de 1954. Retorno al mismo día de 1953… En compañía de Pedro Miret y Abelardo Crespo fui anoche a una fiesta familiar y por motivo de unos jaiboles que tomé, ahora me dolía mucho la cabeza y me quedé acostado hasta la media mañana, era un viernes. Miret, que entonces era mi compañero de cuarto en la esquina de Neptuno y Aramburu y ahora también con Crespo somos compañeros de galera, había salido muy temprano y cuando regresó al mediodía y encontrarme con dolor de cabeza y aun en el cuarto bajó a la calle y regresó con un jugo de manzana insistiéndome en que lo tomara “pues tenía que curarme enseguida”; él se volvió a ir para la calle y a los pocos minutos yo vomité el jugo. No obstante, sus palabras, así como la seriedad de su rostro me hicieron pensar que algo raro pasaba. Al poco rato recibí una llamada telefónica de José Luís Tasende, diciéndome que me mantuviera en la casa y esperara otra llamada de él o que tal vez pasaría a verme. Ya no me quedaba lugar a dudas: la “hora cero”, como solíamos decir, se acerca rápidamente. A media tarde recibo la anunciada visita del compañero Tasende quien se presentó con una visita relámpago idéntica a la de Miret, abandonando mi cuarto un instante después de darme algunas instrucciones y también a entender que muy pronto tendríamos que actuar, sin más datos de ninguna clase. De acuerdo con esta conversación salí a la calle y en una peletería perteneciente a unos polacos en Belascoaín, compré un par de zapatos amarillos. Vuelvo a la casa y me acuesto para esperar, ya que seguía sintiéndome mal. A las ocho de la noche recibo la última llamada telefónica de Tasende, señalándome que me reuniera con él en el punto “L” (casa de Léster Rodríguez, cerca de la Universidad), dirigiéndome inmediatamente al punto indicado, donde con Tasende recogí el último cargamento de armas, dirigiéndonos a la estación de ferrocarril, tomando el tren central rumbo a Oriente. Miret, Crespo y Léster se habían ido por otra vía. En la estación de ferrocarril nos reunimos con 16 compañeros más, todos subordinados al compañero Tasende.

Domingo 25 de julio de 1954

…. 1953. Nada dormimos en el viaje, el alba de aquel sábado caluroso se presentaba con esa tranquilidad que precede a los grandes acontecimientos. (En realidad era un amanecer como otro cualquiera, pero a mí se me ocurrió pensar que ese era diferente)

En el coche comedor, donde los componentes del grupo íbamos a almorzar individualmente como si no nos conociéramos, con la excepción de Tasende y yo que llegamos juntos a tomar el tren y por lo tanto, fuimos a comer algo también juntos, allí él me informó del objetivo…

….Se me paraliza el estómago y desaparece el apetito, yo conocía la magnitud y fortaleza de ese objetivo por haber estudiado en Santiago de Cuba durante varios años; Tasende riéndose me decía: “come, Raulillo, que mañana no vas a tener tiempo”, yo seguía tomando solamente pequeños sorbos de cerveza. Ya el tren avanzaba por la provincia de Oriente y después de pasar por Cacocún y un tramo antes de llegar al entronque de Alto Cedro, mirando hacia la izquierda divisé el central Marcané, un poco más a la derecha de este punto, se veían las faldas de las montañas donde empieza la Sierra de Nipe, allí estaban mis padres, en el mismo lugar donde habían nacido todos sus hijos. Con la vista fija y el pensamiento recordando los años de la niñez por esos puntos, estuve con la cabeza fuera de la ventanilla hasta que ondulaciones del terreno los hicieron desaparecer de mi vista. En Alto Cedro, durante la breve parada del tren, tuve que cubrirme bien la cara con un pañuelo y fingir que dormía para evitar ser visto por algunas de las muchas personas que por allí conozco. Durante el viaje todo lo miraba con esa avidez que despierta el sentimiento de la última vez. Me alegraba infinitamente volver a ver esos lugares conocidos por mí, y sobre todo, saber que el teatro de los acontecimientos sería Oriente, mi tierra natal. A media tarde llegó el tren a Santiago de cuba, en la estación esperaban Abel Santamaría y Renato Guitart, los que nos indicaron que atravesáramos la calle que teníamos por delante y fuéramos a hospedarnos al hotel Perla de Cuba, que estaba frente a la estación de ferrocarril, donde tenían separadas habitaciones para nosotros. Allí nos repartimos en unos cuartuchos del primer piso, y mientras algunos esperaban con paciencia su turno para asearse un poco, aprovechando el único lavabo que había en el piso, otros nos echábamos en las camas para descansar un rato. Alrededor de las siete de la noche, fuimos para el restaurante del hotel, donde el diligente Abel Santamaría había ordenado preparar un suculento arroz con pollo; allí, entre tragos, risas y música, celebraban los carnavales algunos santiagueros. Con sus abigarrados disfraces algunos grupos se veían pasar a lo largo de la calle en forma de pequeñas comparsas, a veces entraban al restaurante donde comíamos, tomaban algo y seguían la fiesta.

Fidel Castro y Raúl Castro junto a otros compañeros saliendo del Presidio en la Isla de Pinos  

Sentados en diferentes mesas comían los compañeros, cuyos rostros estaban alegres, serenos y decididos, se necesitaba ser muy observador para poder ver en los ojos la tensión del momento, y adivino para descubrir que esa alegría era ajena completamente a las fiestas carnavalescas. Para hacer más normales las apariencias, Tasende a pequeños intervalos depositaba algunas monedas en el tocadisco, piezas que no llegamos a oír porque eran muchas las que otros habían seleccionado con anterioridad y apenas terminó la comida nos íbamos marchando a nuestras habitaciones a esperar que nos fueran a recoger.

Cada pequeño cuarto solo tenía una cama y en la que a mí me tocó, me recosté con ropa y zapatos y con ambas manos detrás de la cabeza, los ojos fijos en el alto techo del viejo hotel y la cabeza llena de pensamientos, esperaba que transcurrieran los minutos más lentos de mi vida. Como las paredes que separaban los cuartos entre sí solo llegaban a la mitad del espacio que separaba el piso del techo, se percibía con toda intensidad el ruido de los tambores de las pequeñas comparsas que pasaban por la calle, así como el ruido del restaurante repleto de personas que bebían y comían, el tocadiscos seguía chillando canciones de diferentes tipos en forma ininterrumpida. A ratos percibía claramente la conversación que en el cuarto contiguo al mío mantenía un español y una prostituta que se hacían el amor, cuyo diálogo cambió de tono al final, sustituyéndose las palabras amorosas por el tomo comercial que encerraban las palabras del peninsular por el alto precio del asunto.

Por un instante pensé que no era justo que mientas unos bailaban y tomaban, o se hacían el amor, todos divirtiéndose a su manera, nosotros estuviéramos allí esperando ser llamados de un momento a otro para una acción inminente, ¿para cuántos de los compañeros que hace un momento estábamos sentados en el restaurante sería la última comida? De los 18 que formábamos ese grupo, al frente de los cuales venía el compañero Tasende, creo que sólo tres regresamos con vida.

A medida que pasaban las primeras horas de la noche seguía desarrollándose con creciente intensidad el carnaval santiaguero. Con ritmo frenético sonaban los cueros de los tambores, cuando próxima ya la media noche, se apareció un compañero enlace de nuestro improvisado Cuartel General, situado en la carretera entre Santiago y Siboney; Fidel nos mandaba a buscar. Minutos después nos encontramos con él y el resto de los compañeros; estaba tocando a su fin el sábado 25 de julio y dentro de pocos minutos comenzaría un nuevo día: el domingo 26 de julio de 1953.

 
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