Estas reflexiones se
explican por sí mismas.
En el ya famoso supermartes, un día de la semana
en que numerosos Estados de la Unión seleccionaban
el candidato a la Presidencia de Estados Unidos de
su preferencia, dentro de un grupo de aspirantes,
uno de los posibles candidatos para sustituir a George
W. Bush podía ser John McCain, por su imagen
prediseñada de héroe y su alianza con
fuertes contendientes como el ex gobernador de Nueva
York, Rudy Giuliani, otros aspirantes ya le habían
cedido gustosamente su apoyo. La intensa propaganda
de factores sociales, económicos y políticos
de gran peso en su país, y su estilo de actuación
lo convertían en el candidato con más
posibilidades. Sólo la extrema derecha republicana,
representada por Mitt Romney y Mike Huckabee, inconforme
con algunas concesiones intrascendentes de McCain,
le hacían todavía resistencia el 5 de
febrero. Después Romney también depuso
la aspiración en favor de McCain. Huckabee
la mantiene.
La lucha por el candidato es en cambio muy reñida
en el Partido Demócrata. Aunque, como es habitual,
una parte activa de la población de Estados
Unidos con derecho a votar suele ser minoritaria,
se escuchan ya todo tipo de opiniones y conjeturas
sobre las consecuencias que tendrá para el
país y el mundo el resultado final de la contienda
electoral, si la humanidad escapa de las aventuras
bélicas de Bush.
No me corresponde hablar de la historia de un candidato
a la Presidencia de Estados Unidos. Jamás lo
hice. Tal vez no lo habría hecho nunca. ¿Por
qué esta vez?
McCain afirmó que algunos compañeros
suyos fueron torturados por agentes cubanos en Viet
Nam. Sus apologistas y expertos en publicidad suelen
enfatizar que el propio McCain sufrió tales
torturas por parte de los cubanos.
Espero que los ciudadanos de Estados Unidos comprendan
que me vea obligado al análisis detallado de
este candidato republicano y le replique. Lo haré
a partir de consideraciones éticas.
En el expediente de McCain consta que fue prisionero
de guerra en Viet Nam desde el 26 de octubre de 1967.
Como él mismo cuenta, tenía entonces
31 años y llevaba a cabo la misión de
ataque número 23. Su avión, un A4 Skyhawk,
fue interceptado sobre Hanoi por un cohete antiaéreo.
Debido al impacto, perdió el control y se catapultó,
cayendo sobre el lago Truc Bach, en medio de la ciudad,
con fracturas en los dos brazos y una rodilla. Una
multitud patriótica, al ver caer a un agresor,
lo recibió con hostilidad. El propio McCain
expresa su alivio en aquel momento al ver llegar a
un pelotón del ejército.
El bombardeo a Viet Nam, iniciado en 1965, era un
hecho conmocionante para la opinión internacional,
muy sensibilizada con los ataques aéreos de
la superpotencia contra un pequeño país
del Tercer Mundo, que había sido convertido
en colonia de Francia a miles de millas de la distante
Europa. El pueblo de Viet Nam luchó contra
los ocupantes japoneses durante la Segunda Guerra
Mundial y, ya finalizada esta, de nuevo Francia retomó
el control. Ho Chi Minh, el líder modesto y
querido por todos, y Nguyen Giap, su jefe militar,
eran personajes admirados internacionalmente. La famosa
Legión Francesa estaba derrotada. Para tratar
de evitarlo, las potencias agresoras estuvieron a
punto de usar el arma nuclear en Diên Biên
Phu.
Ante la opinión pública norteamericana,
los nobles anamitas, como cariñosamente los
llamó José Martí, de cultura
y valores milenarios, debían ser presentados
como un pueblo bárbaro e indigno de existir.
En materia de suspense y publicidad comercial, nadie
les gana a los especialistas de Estados Unidos. La
especialidad fue utilizada sin límite alguno
para exaltar el caso de los prisioneros de guerra,
y en especial el de McCain.
Siguiendo esa corriente, McCain afirmó con
posterioridad que el hecho de que su padre fuera Almirante
y Comandante en Jefe de las fuerzas estadounidenses
en el Pacífico, hizo que la resistencia vietnamita
le ofreciera una liberación temprana si reconocía
haber cometido crímenes de guerra, lo cual
había rechazado alegando que el Código
Militar establece que los prisioneros son liberados
en el orden que se les captura, y que esto significó
cinco años de prisión, golpes y torturas
en un área del penal identificada por los norteamericanos
como "Hanoi Hilton".
La retirada final de Viet Nam fue desastrosa. Un ejército
de medio millón de hombres entrenados y armados
hasta los dientes no pudo resistir el empuje de los
patriotas vietnamitas. Saigón, la capital colonial,
actual Ho Chi Minh, fue abandonada de forma bochornosa
por los ocupantes y sus cómplices, algunos
de ellos colgados de los helicópteros. Estados
Unidos perdió más de 50 mil valiosos
hijos, sin contar los mutilados. Había gastado
500 mil millones de dólares en aquella guerra
sin impuestos, siempre de por sí desagradables.
Nixon renunció unilateralmente a los compromisos
de Bretton Woods y creó las bases de la actual
crisis financiera. Todo lo que lograron fue un candidato
para el Partido Republicano, 41 años después.
McCain, uno de los numerosos pilotos norteamericanos
derribados y heridos en las guerras declaradas o no
de su país, fue condecorado con la Estrella
de Plata, la Legión de Mérito, la Cruz
de Aviación por servicio distinguido, la Estrella
de Bronce y el Corazón Púrpura.
Una película para televisión basada
en sus memorias sobre las experiencias como prisionero
de guerra fue transmitida en el Memorial Day de 2005
y se hizo famoso por sus videos y discursos en torno
al tema.
La peor afirmación que hizo en relación
con nuestro país fue que interrogadores cubanos
habían torturado sistemáticamente a
prisioneros norteamericanos.
Ante las alucinantes palabras de McCain, me interesé
por el asunto. Quise saber de dónde venía
tan extraña leyenda. Pedí se buscasen
los antecedentes de la imputación. Me informaron
existía un libro muy promovido, basado en el
cual se hizo la película, escrito por McCain
y su asesor administrativo en el Senado, Mark Salter,
que continúa laborando y redactando con él.
Solicité fuera traducido textualmente. Se llevó
a cabo, como en otras ocasiones, por personal calificado
en breve tiempo. Título del libro: Faith of
My Fathers, 349 páginas, publicado en 1999.
Su acusación contra los revolucionarios internacionalistas
cubanos, utilizando el sobrenombre Fidel para identificar
a uno de ellos capaz de "torturar a un prisionero
hasta la muerte", carece de la más mínima
ética.
Me permito recordarle, señor McCain: Los mandamientos
de la religión que usted practica prohíben
la mentira. Los años de prisión y las
heridas que recibió como consecuencia de sus
ataques a Hanoi no lo excusan del deber moral de la
verdad.
Hay hechos que debemos hacerle conocer. En Cuba se
llevó a cabo una rebelión contra un
déspota que el gobierno de Estados Unidos impuso
al pueblo de Cuba el 10 de marzo de 1952, cuando usted
estaba a punto de cumplir 16 años, y el gobierno
republicano de un militar ilustre, Dwight D. Eisenhower
—quien fue por cierto el primero en hablar del
complejo militar-industrial—, reconoció
y apoyó de inmediato aquel gobierno. Yo era
un poco mayor que usted, cumpliría en agosto,
mes en que usted también nació, 26 años.
No había finalizado Eisenhower todavía
su período presidencial, iniciado en la década
de 1950, algunos años después de la
fama adquirida por el desembarco aliado en el norte
de Francia, con el apoyo de 10 mil aviones y las más
poderosas fuerzas navales hasta entonces conocidas.
Se trataba de una guerra, formalmente declarada por
las potencias que enfrentaban a Hitler, iniciada sorpresivamente
por los nazis, que atacaron sin aviso ni declaración
de guerra previa. Un nuevo estilo de provocar grandes
matanzas se impuso a la humanidad.
En 1945 se utilizaron contra la población civil
de Hiroshima y Nagasaki dos bombas de alrededor de
20 kilotones cada una. Visité una vez la primera
de aquellas ciudades.
En la década de 1950 el gobierno de Estados
Unidos llegó a construir tales armas de ataque
nuclear, que una de ellas, el MR17, llegó a
pesar 19,05 toneladas y medía 7,49 metros,
la cual podía transportar en sus bombarderos
y desencadenar una explosión de 20 megatones,
equivalente a mil bombas como la que lanzó
sobre la primera de aquellas dos ciudades el 6 de
agosto de 1945. Es un dato que haría enloquecer
a Einstein quien, en medio de sus contradicciones,
no pocas veces expresó remordimientos por el
arma que, sin pretenderlo, ayudó a fabricar
con sus teorías y descubrimientos científicos.
Cuando la Revolución en Cuba triunfa el Primero
de Enero de 1959, casi 15 años después
del estallido de las primeras armas nucleares, y proclama
una Ley de Reforma Agraria basada en el principio
de soberanía nacional, consagrado por la sangre
de los millones de combatientes que murieron en aquella
guerra, la respuesta de Estados Unidos fue un programa
de hechos ilegales y atentados terroristas contra
el pueblo cubano, suscritos por el propio presidente
de Estados Unidos, Dwight D. Eisenhower.
El ataque por Bahía de Cochinos se produjo
siguiendo instrucciones precisas del Presidente de
Estados Unidos y los invasores fueron escoltados por
unidades navales, incluido un portaaviones de ataque.
El primer asalto aéreo con aviones B-26 del
gobierno norteamericano que partieron de bases clandestinas,
se produjo de forma sorpresiva, con el empleo de insignias
cubanas para presentarlo a la opinión mundial
como una sublevación de la Fuerza Aérea
nacional.
Usted acusa a los revolucionarios cubanos de ser torturadores.
Lo exhorto seriamente a que presente uno solo de los
más de mil prisioneros capturados en los combates
de Playa Girón que haya sido torturado. Yo
estaba allí, no protegido en un lejano puesto
general de mando. Capturé personalmente, con
algunos ayudantes, numerosos prisioneros; pasé
delante de escuadras armadas, todavía ocultas
tras la vegetación del bosque, que se paralizaron
por la presencia del Jefe de la Revolución
en el lugar. Lamento tener que mencionar esto, que
puede parecer un autoelogio, lo cual sinceramente
detesto.
Los prisioneros eran ciudadanos nacidos en Cuba organizados
por una poderosa potencia extranjera para luchar contra
su propio pueblo.
Usted se confiesa partidario de la pena capital para
los delitos muy graves. ¿Qué actitud
habría asumido frente a tales actos? ¿A
cuántos habría sancionado por esa traición?
En Cuba se juzgaron varios de los invasores, que habían
cometido con anterioridad, bajo órdenes de
Batista, horrendos crímenes contra los revolucionarios
cubanos.
Visité a la masa de prisioneros de Bahía
de Cochinos, como llaman ustedes a la invasión
de Girón, más de una vez, y conversé
con ellos. Me gusta conocer las motivaciones de los
hombres. Mostraban asombro y expresaban reconocimiento
por el respeto personal con que se les trató.
Usted debiera saber que, mientras se negociaba la
liberación mediante indemnización con
alimentos para niños y medicamentos, el gobierno
de Estados Unidos organizaba planes de asesinato contra
mí. Consta en los escritos de personas que
participaron en la negociación.
No me referiré en detalle a la larga lista
de cientos de intentos de asesinato contra mi persona.
No se trata de inventos. Es lo declarado en documentos
oficiales divulgados por el gobierno de Estados Unidos.
¿Qué ética subyace en tales hechos,
defendidos por usted con vehemencia como cuestión
de principios?
Trataré de ir a fondo sobre esos temas.
Fidel Castro Ruz
Febrero 10 de 2008
Hora: 6:35 p.m.