La Habana, Cuba.- Los cubanos tenemos la dicha de contar con un excepcional promotor de la lectura que es José Martí aún después de su desaparición física. Su contribución desde las páginas dejadas para la posteridad constituye un ejemplo enaltecedor para alentar la necesidad de un constante acercamiento a la fuente inagotable presente en los libros. La constancia de esa presencia de su huella alentadora en nuevos formatos digitales que han hurgado en las esencias de su obra universal así lo ha demostrado.

Pero ese estímulo de importante aporte a la cultura humana lo valoró el Maestro a través de todas sus acciones, no solamente desde la escritura sobre el papel. Sobre tales acciones existen numerosas anécdotas. Entre ellas está el valor que dejó a través de la palabra en medio de la atmósfera que lo rodeaba en su incesante batallar por la independencia de la patria desde Estados Unidos.

Las palabras martianas que aparecieron siempre con el vuelo de sus descripciones precisas y estimulantes para todo lector, cuando se trataba de un encuentro coloquial no se alejaba del mismo interés. La ternura de su voz, según los que lo conocieron, y la fluidez de sus argumentos constituyó un poderoso imán ante todos aquellos que lo rodearon para escuchar sus argumentos. 

Dentro de tales páginas se encontró una que lo aproximó al hijo adolescente del patriota Fernando Figueredo, quien los acompañó en uno de sus recorridos para promover la reanudación de la guerra por la independencia de la patria. El grupo de cubanos viajaba en tren, mientras el Maestro no cesaba de comentar muchas cosas curiosas sobre el medio de transporte, los valores que aportan los inventos del hombre, su impacto social y tal cantidad de detalles el silencio de los demás los acompañó para no perder un solo instante de aquella conversación.

El respeto por el cubano mayor que se ocupaba de la unidad de todos también fue reconocido por el menor de ellos, Bernardo Figueredo. Ante el bagaje de los universales conocimientos martianos y para sorpresa de todos, incluido su padre, preguntó a Martí cómo podía conocer tantas cosas. Y le respondió “Pues las he aprendido leyendo”.

La conversación continuó subrayando los misterios del paisaje que los rodeaba a ambos lados de la línea férrea, advertencias sobre las peculiaridades del tiempo, que esfuerzos había realizado el hombre hasta esos momentos para avanzar hacia la modernidad del futuro, pero siempre acompañado de nuevos conocimientos para elevarse para contribuir con toda la comunidad mundial.

Martí subrayó además que a él le ayudaba mucho su profesión, pues al escribir para otros desde los periódicos y revistas debía satisfacer la búsqueda, comprobación e informaciones. Ellas se encontraban en los libros, amigos siempre útiles que esperan para hacer más grato el conocimiento que se traslada a los demás.